La cronista es una criatura fenomenal. Su escritura está siempre en tránsito. Su mirada en tensión para llevar la experiencia propia y ajena al relato. Devora las formas de la literatura y sus géneros para narrar una realidad que también cambia a cada instante. Se arriesga y viaja, tantas veces de forma precaria, allí donde el interés de otros periodistas no llega. La cronista atiende a la palabra de quien migra, cuida, limpia; de quien ha sido violada, secuestrada, golpeada; de quien hace memoria de todas ellas y de quien encuentra en el feminismo una forma de intervenir el mundo.